
En su primera exposición individual, la artista italiana Carla van den Berg presenta una serie de esculturas que condensan las tensiones visuales, materiales y emocionales derivadas de su paso por Lima, una ciudad donde la fragilidad estructural convive con una densidad urbana intensa y simbólica. Su trabajo emerge de una observación atenta del entorno construido, operando entre la escultura y la arquitectura como lenguajes para pensar lo social, lo espacial y lo histórico. Su práctica se construye a partir de oposiciones materiales —lo blando y lo rígido, lo orgánico y lo manufacturado, lo contenido y lo inestable— que se sostienen en una tensión sin resolución. Utiliza materiales como piedra, esponja industrial, aluminio o dispositivos de sujeción no sólo por su cualidad estética, sino por lo que expresan sobre la forma en que los cuerpos —humanos, arquitectónicos o urbanos— resisten, ceden o se adaptan. Al reapropiarse de materiales vinculados al poder o a la estabilidad, sus esculturas desarman las connotaciones de dominio, proponiendo lecturas desde la fragilidad, el desgaste y el cuidado. Este interés por la materia como portadora de memoria y tensión sitúa su obra en diálogo con ciertas prácticas del minimalismo expandido, como las de Richard Serra o Rachel Whiteread, donde el vacío, el peso o la ausencia convocan al cuerpo del espectador a una experiencia física y crítica. Van den Berg no sólo ocupa el espacio: lo problematiza. Su aproximación a la arquitectura parte de principios del brutalismo —la expresividad directa de los materiales, la exposición de la estructura, combinados con una sensibilidad fragmentaria y táctil, donde cada corte, unión o ensamblaje funciona como una idea en sí misma. Sus esculturas funcionan como secciones de una ciudad en tensión, revelando tanto su fuerza latente como su precariedad. Más que objetos cerrados, estas piezas invitan a habitar el desequilibrio. Piedras insertas en estructuras industriales o materiales blandos sometidos a tensiones mecánicas configuran imágenes de resistencia vulnerable, donde la forma nunca es definitiva. Cada obra condensa fuerzas opuestas, evocando ruinas, restos o estructuras inestables. En esa inestabilidad reside su potencia: una poética de lo esencial entendida no como pureza, sino como evidencia de la tensión persistente entre cuerpo, espacio y materia. Su obra plantea así una crítica sutil a los discursos del orden y del progreso, apostando por una política de la fragilidad como forma alternativa de permanencia y memoria. Tarissa Revilla